Había podido descansar toda la noche, y me levanté temprano, antes de despuntar el día. Y en estos días, en que son mías mis mañanas, me he propuesto no faltar a mi cita con la Caleta, a mi paseo por el camino que lleva al castillo.

De repente oí un fuerte golpe. Fui a mi dormitorio. Era la ventana que se había cerrado bruscamente. Escuché el silbido inconfundible de un viento para mí de sobra conocido. Era levante.

Me surgió por un momento la duda sobre la conveniencia de mi paseo. Pero pronto desapareció. Debo y quiero compartir mis cosas con los amigos que atraviesan un recodo turbulento en su camino. Y, pensé que debería acudir a ella con más razón aún que en sus días apacibles.

Tomé algo de abrigo y me marché. Luego agradecí al cielo haberlo hecho.

Cuando entré por la puerta de piedra de la veleta, la vi sola y sacudida por un viento despavorido y brutal. La miré a la cara. Y era otra. No la de los días apacibles, no la de los días amorosos y tiernos. Era brava, iracunda y temible. Una fuerza terrible la tornaba ruda y amenazante. Pero no me arredré.

Estaré con ella, tendrá mi compañía en estos momentos también. ¿Quién puede decir que el amante solo está para los dulces besos y las tiernas caricias?

Y me adentré en su seno, en su cuerpo dolido y en su alma agitada.

Y no me encontré a sus acompañantes cotidianos. Sólo yo y algunos pescadores hermanos de sus aguas habíamos acudido a su lado, a su lecho de locura y de pasión.

Llegué al puente canal y me detuve. La fuerza del recio viento me zarandeaba queriéndome reunir con las aguas turbulentas... Pero ellas estaban ya en mi piel, en mis ojos y en mis huesos. La contemplé en su tremenda y telúrica alma y me vi. Me vi palpitando en sus dolores, doliéndome en sus huesos, viviendo sus pasiones y sintiendo el miedo de sus piedras y de sus rocas...

Y fue mi espejo y mi bastón, mi piel y mi sangre, mis manos, mis ojos y mi boca. Y volví despacio, suavizando mis tiernos pasos, acompañándola..., como se lleva de la mano al hijo airado, como se da consuelo a las heridas del amigo, como se quiere al fuerte sometido, como se ama al preso preso en su libertad.

Volví sobre sus granitos temblorosos, entre sus arenas que volaban, como esencia de gaviotas en el aire, bendiciendo sus dolorosos besos en mi rostro amante.

Miré sus rocas, sus piedras, y soñé las recias caricias de las arenas en sus cuerpos, como el mío, cada día, cada viento. Y vi sus formas suaves, tiernas y mágicas, y no vi aristas secas, ni duros bordes. Sólo formas hermosas, hermanas del mar, del viento y de las aguas.

Y quise ser como ellas. Y quise estar desnuda, y recibir sus besos de arena, de agua, de sol, de mar.

Y sentí su dolor como la más tierna caricia del más tierno amante querido.

Besé su aire y me marché. Pero no era yo la que caminaba. Venía conmigo, junto a mí, dentro de mí, el ser de la Caleta, su dolor, su amor... su ser entero.



ANAXADES