Pasaba por delante de ella dos veces por semana y lo hice durante no sé cuantos meses, pero muchos, sin duda. Y nunca la había visto. Asombroso. Pero un día la vi. Sorprendido, me detuve y me acerqué. No podía dar crédito a mis ojos. Desde la otra acera, en la que estaba, no distinguía bien de qué manera había sido hecha aquella obra maestra. Y, lo más inimaginable era que estaba allí, ¡en la puerta de una casa!
Cuando me acerqué descubrí la técnica que había usado el artista. Pasmoso. Haciendo cábalas deduje que aquella humilde puerta, hecha con chapa de hierro, fue pintada en su día, evidentemente hacía ya muchos años, con pintura negra de mala calidad. Que aquella pintura, con la lluvia y el calor, año tras año, se había vuelto quebradiza y fácil de raspar con cualquier objeto punzante, incluso aunque fuera una modesta navajilla.
Y que... alguien, o quizá más de uno, había matado sus horas muertas, quizá en compañía de unos amigos, o de su novia, o esperando yo que sé qué, raspando esa puerta, a lo mejor con displicencia, y había dejado allí, sin otorgarle la menor importancia, aquella obras genial.
Repentinamente pensé: “Esto solo puede ocurrir en Cai” A nadie se le puede ocurrir hacer algo como esto en una puerta, que seguirá inevitablemente descascarillándose con los soles y los levantes del verano, y que un vecino, cualquier día volverá a pintarla, quien sabe si otra vez de negro, o quizá ahora de verde o de marrón. ¡Vaya Vd. a saber!
Lo comenté con algunos amigos, y a nadie le sorprendió, pues puede ser que a ellos les pareciera lo más natural del mundo, porque en sus corazones corre sangre gaditana. “En La Viña puedes encontrar cualquier cosa, porque cualquier gadita es un artista”, me dijeron. Pero, al menos para mí, aquello no era normal. Me hablaba de las cosas de Cai... de las gentes de aquí...
Y pensé que un gaditano es capaz de decir el piropo más hermoso a una joven doncella, sabiendo, y sin importarle en absoluto, que con ello no conseguirá en absoluto sus favores. Pero tampoco lo espera. Lo deja en el aire... y que se lo lleve en su corazón, si quiere... Haber conseguido una blanca sonrisa fue ya más que suficiente...
Que puede dar su cariño, su tiempo y su servicio a cualquier “guiri” con que se tropiece, incluso sin pedírselo, sabiendo igualmente que no le va nada en ello. Y a él que le importa... En Cai somo ahín... Y el guiri sigue su camino sin acabar de creérselo.
Y qué nos importa pasar la mañana entera con la caña de pescar apoyá en la balaustrá de la Alamea.
-¿Pican?- -No, hoy no están por comé...-
Vienen a mi mente aquellos versos que una vez, el siglo pasado sería, oí de labios de un ilustre gaditano, y que, aún no sé por qué, siguen grabados en mi pecho...
A mí se me importa poco
que un pájaro en la Alamea
se cambie de un arbo a otro...
Abraxas