Cada vez son más las voces que, a través de los medios de comunicación, insisten en la necesidad de “EDUCAR EN VALORES”, especialmente a la juventud.

El desarrollo de nuestra vida en sociedad en los últimos años está siendo marcado por un preocupante incremento de la falta de respeto de una parte de los jóvenes –y cada vez de menos edad- hacia todo, lo que se expresa con un aumento de la violencia, de agresiones a todo lo que me irrita o me lleva la contraria, o que simplemente me molesta… o me lo parece. Este aumento de falta de valores en los momentos actuales ya no se puede disimular por la amplitud y magnitud que va adquiriendo: las agresiones aumentan en grado y llegan a producir lesiones graves, incluso la muerte; el gamberrismo destruye cosas y seres, teniendo que reponer la vegetación de no pocos parques y jardines “tras una noche de marcha”, o las bombillas de farolas, papeleras incendiadas y gentes a las que se les hace daño “porque sí”.

Y recalco que se trata “de una parte de la juventud”.
Si describo alguna de las barbaridades que, por falta de valores, hace un sector de nuestra ciudadanía, precisamente la menos preparada y la que deberíamos cuidar más para inculcarle las líneas maestras de un comportamiento “ciudadano” -que respete a la ciudad, a los ciudadanos, a la Naturaleza y a la vida en general, y a sí mismo-, no es para seguir “arrimando leña al fuego”, sino para insistir en que estos comportamientos, de mayores, aumentarán también en grado y se tornarán en chulería generalizada, falta de responsabilidad, egoísmo al por mayor, prepotencia, tiranías y racismos de todos los colores, violencia de género y sin género ni justificación, desprecio por los demás y culto a los caprichitos personales y al “todo vale”, entre otras lindezas.

¿Y qué haremos entonces? ¿Lamentarnos o meterlos en la cárcel? ¿Seguir mirando para otro lado o enfrentarnos violentamente a ellos? ¿Seguir dedicando parte de nuestras fuerzas, y cada vez más, a reponer los destrozos que causen en el medio, ya sea en las personas, los seres vivos, o la Naturaleza en general, o ponerlos a plantar pinos de sol a sol?

Pitágoras enseñaba que “si no queréis castigar a los hombres, educad a los niños”. Y la Filosofía práctica nos sirve para EDUCAR EN VALORES.
Spranger dice que los valores son “los blancos hacia los que los hombres dirigen sus acciones”. Pero vamos a concretar más sobre los valores y su finalidad y, de momento, vamos a empezar por lo que es EL VALOR.

Platón se hace la misma pregunta: ¿Qué es el valor? (que para él es una de las tres grandes virtudes que sirven para que uno llegue a ser auténtico y pueda ser justo. A saber: la moderación, el valor y el discernimiento), a lo que responde: “el valor es la lucha contra miedos y dolores, y también contra deseos y pasiones y ciertas terribles seducciones de la lisonja –vanidad- que hacen de cera los corazones, aún los de aquellos que se tienen por hombres venerables”.

Esto y no otra cosa es el valor: el portarse como un ser humano, no como un niño caprichoso siempre pendiente de lo que le apetece. Platón insiste en el antiquísimo ideal filosófico de MENTE SANA EN CUERPO SANO, porque es la mente la base y raíz de nuestras acciones, de ahí la necesidad de tener unas ideas que nos lleven a la solidaridad, la generosidad, la actividad compartida, la belleza, la armonía y un sinfín de cosas más que nos enriquecen la vida, la nuestra y la de los demás. Quien sólo actúa para sí mismo es un avaro mental y un analfabeto emocional: ni quiere ver más allá de sus narices, ni se preocupa en poder expresar sus emociones de la mejor forma posible.
Para Epicteto, que siendo esclavo se convirtió en uno de los filósofos más importante de Roma, “no existe el bien ni el mal sino en nuestra voluntad”. Y es que necesitamos voluntad para tener valor. El valor no se regala, se conquista. 

Continúa diciendo Platón que si no se educa desde niños a superar los miedos y los dolores, así como los placeres, “si nuestros conciudadanos no tienen desde su juventud experiencia de las consecuencias del abuso de los placeres, al hacerse descuidados en su propio dominio sobre aquellos y al dejarse llevar a acciones vergonzosas por la dulzura de los mismos, sufrirán lo que los vencidos por los miedos: serán esclavos de los que saben dominarse en los placeres y de los que son maestros en ellos, hombres algunos absolutamente malvados; tendrán el alma esclava en un aspecto, aunque sea libre en otro; y no serán dignos de ser llamados, sin más, hombres libres e independientes. Mirad si os parece que en lo que he expuesto no tengo razón”.

Por todo esto, si queremos una sociedad libre, de ciudadanos responsables y comprometidos, capaces de participar activamente en la vida pública y privada teniendo como bandera de su acción la solidaridad y el altruismo, tenemos que tener el valor de empezar ¡YA! a educarnos a nosotros mismos en valores.
¡Sí, lo he escrito bien: EDUCARNOS A NOSOTROS MISMOS en valores! Porque si nosotros no tenemos valores ¿qué vamos a enseñar? Un viejo proverbio dice: “Sólo se puede dar lo que se tiene”.
Y, para empezar, podemos ser moderados –nada en exceso, ni en el fumar, el comer, beber, dormir, etc. - y valerosos –como dice Platón-, que el discernimiento y la justicia vendrán de la mano de los dos anteriores.

Recordando a Pitágoras: “Si no queréis castigar a los hombres, educad a los niños”. Pero para ello tenemos que tener el VALOR de re-educarnos nosotros mismos en los valores de la Filosofía… ¿o seguiremos exigiendo lastimosamente que sea “otro” el que lo haga?

Recuerda: No pidas a otro que haga lo que tú no estés dispuestos a hacer. El mundo está lleno de “gorrones” que viven del esfuerzo de los demás… ¡Nada hay tan poderoso como la fuerza del ejemplo!, tanto en lo malo como en lo bueno.

Como decía mi viejo maestro, el profesor Livraga: “Vence al miedo, da un paso adelante y conviértete, desde ahora, en un persona nueva y mejor”.


Javier Saura
Director Nueva Acrópolis-Cádiz