Antes que nada, debo poner en antecedentes al lector que en Cádiz las palabras asignadas a los lugares no son exactamente las que indicaría la lingüística más recta. Así, “el muelle” es, en realidad, el puerto, y El Puerto es la antigua y nobilísima ciudad de El Puerto de Santa Maria. En la “Plaza de Toros” no hay ninguna plaza de toros desde hace medio siglo, en que se derribó la que en su día existiera. “La Residencia” no es ningún establecimiento hotelero sino un hospital de la Seguridad Social, “la playa” es la hermosa Playa de la Victoria, siendo llamada en cambio la playa del Balneario de la Palma, “La Caleta”, lugar de increíble hechizo.

Y así es todo... De forma que “La Plaza”, a secas, no es ninguna plaza de las muchas y recoletas de nuestra ciudad. Es en realidad... el Mercado Central de Abastos, en pleno corazón de la ciudad.

En la plaza se encuentra de todo lo que puede entrar por el buche humano que uno imagine. Y su principal peculiaridad es que todo está a la vista del comprador. Pescados, carnes, verduras, frutas, especias, mariscos, caracoles, cualquier cosa que alguien desee está allí. A dos palmos de uno, con su color, su olor, su textura, su procedencia y su precio. Bien es verdad que los ejemplares más perfectos y pintureros están en la primera fila. Así, es corriente oír a una señora gritarle al tendero (todo el mundo grita en Cádiz):

¡Me los das de los buenos, no de los de atrás, que te conozco, “pisha”!

Para los turnos no hay papelitos de esos que tienen un número y se sacan de una antipática maquinita, no. Cuando uno se acerca a un puesto, lo primero es preguntar:

¿Quién da la vez? O también: -¿Quién era el último, que ahora soy yo?

Y, eso sí, es preciso recordar detrás de quién va uno, y mantener el turno a muerte, porque siempre aparece la señora lista que, mientras mira distraídamente al techo, se va arrimando con intención de colarse. Y si le dices algo, a veces parece que te va a dar de bolsazos, pero nunca llega la sangre al río. Aquí tenemos mucha cara, pero, eso sí, somos pacíficos, e infinitamente tolerantes.

El del puesto de caracoles no tiene mejor manera de mostrar su mercancía que dejar que los bichos paseen por donde les plazca. Así podemos ver espectáculos como éste:


Obsérvese la expresión de la turista, entre incrédula, pasmada, encantada y... feliz. Esto solo ocurre en Cai. Aquí hacemos feliz hasta al más “revenío” de los mortales. Está muy mal visto estar “cabreao” y no es de buen gaditano el no saber sacar una risa o una carcajada de la cara más fúnebre. Ser risueño, chistoso y desenfadado es una obligación... y un orgullo.

En el pescao podemos encontrar hasta piezas enteras, como marrajos (alevines de tiburón), atunes del Estrecho, peces de espada o de martillo y otros de porte parecido. De la misma manera se ofrecen minúsculos burgaíllos, navajas, cañaíllas, puntillitas y hasta los modestos camarones, ingrediente fundamental de las mundialmente conocidas “tortillitas de camarones” que, aunque parezca un contrasentido, no tienen nada en absoluto de huevo. Ni falta que le hace, pues nunca con tan poco se hizo algo tan grande.

Frutas y verduras... de todos los colores, sabores y de todos los países del mundo. Kiwis de Nueva Zelanda, nueces de California, papayas, mangos y guayabas de las Indias, piñas de Sudáfrica, dátiles de Arabia y especias de la China. Y de la tierra, de las fértiles huertas de Conil, de Chiclana, de El Colorao, de Vejer, de Rota...

¡¡¡Mujere, mira que tomates de Rota, que están pa pintarlo!!!

Y al terminar la compra, nada mejor que salir y comprar unos churritos de “la guapa”, hechos con ingredientes muy sencillos, pero que con las manos del “Luna”, churrero y alquimista, se convierten en algo celestial.

Todo ello formando un mundo multicolor, bullicioso y feliz donde, aunque no sea para comprar nada, un paseo tranquilo por él levanta el ánimo... y el apetito.

AbraxasAbraxas Cádiz

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