Extracto de la charla celebrada en el Ateneo de Sanlúcar de Barrameda , el pasaddo Junio, expuesta por D. Javier Saura.

Para nuestra mentalidad actual la muerte se presenta como la extinción, el fin de poder hacer cosas y relacionarnos con los demás; esto nos lleva a verla como algo negativo y doloroso: desde el color negro de las ropas a “dar el pésame”. Por ello nos choca el descubrir que Egipto, un país que por más de 3.700 años -desde el 3.200 a.C. con la Iª Dinastía al 535 d.C. con el cierre definitivo del templo de Filae y el culto a los viejos dioses del país del Nilo-, fue capaz de mantener un perfecto equilibrio entre un profundo sentido de la muerte y la alegría de vivir. El egipcio era una persona que disfrutaba plenamente de la vida, gustaba del baile, de participar en las fiestas, de una buena bebida cuando se presentaba la ocasión y solía acompañar con el canto la mayoría de sus trabajos.


El egipcio faraónico se siente hijo del Cielo, no de la Tierra. Para ellos Nut, diosa del Cielo, es su madre; su padre es Geb, el dios de la Tierra. Hay un orden universal que está regido por la diosa Maat, diosa de la justicia; ella vela para que todo esté en armonía, para lo cual designó al dios Osiris como gobernante del cielo y de la tierra. Como en nuestro universo no hay nada absoluto ni perfecto al cien por cien, Osiris tiene una contraparte oscura, su hermano Set, quien consigue engañarlo y hacerse con el poder. Para restablecer el orden Horus, hijo de Osiris, continuará la labor de su padre luchando continuamente con su tío Set para restablecer el orden de Maat; la eterna lucha entre el bien y el mal, la luz y las tinieblas, el orden y el caos, que encontramos en todas las religiones, siendo las mediterráneas de clara influencia egipcia. Osiris por su parte pasa a reinar en lo más íntimo del cielo o “reino de los muertos”.

De lo dicho hasta ahora podemos extraer algunas ideas interesantes: el universo no es algo acabado sino en continua formación, al igual que la vida de cualquier persona es un proyecto en continuo desarrollo y perfeccionamiento; todo tiene un elemento caótico o destructivo, Set, por lo cual hay que estar en una actitud de alerta permanente, como dice un proverbio griego: “la confianza es la perdición de los valientes”; y, por último, como hijos del cielo nuestra alma es inmortal y tiende a volver con su madre.


Hijos del cielo, todo lo que se produce en la tierra es reflejo de las estrellas, como si de un espejo se tratara: hay un Nilo celeste y su reflejo es el Nilo terrestre. Lo visible es la sombra o reflejo de lo invisible, por lo cual los actos del ser humano en la tierra, en su vida cotidiana, van a marcar sus pasos en el mundo de la muerte. Dice el Libro de la salida del alma hacia la luz de Ra (el mal llamado Libro de los muertos): « Pueda mi conducta sobre la Tierra impedir que me culpen ante vosotros en el Más Allá, pues mi Corazón es el de un dios…«.

Los sacerdotes y sabios egipcios nunca escribieron un libro o texto específico « para los muertos ». Los textos que conocemos: el Libro de la salida del alma hacia la luz de Ra, Libro de las cavernas, Libro de las puertas, libro de la Duat, etc. no fueron escritos para ser conocidos por el gran público, copiándose en las paredes de las tumbas de los faraones del Imperio Nuevo, tumbas que eran selladas y protegidas día y noche por una policía especial formada por guerreros nubios. Solo el Libro de la salida del alma hacia la luz de Ra llegó a ser más popular, pues a diferencia de los otros “libros” este podía ser de papiro y acompañar a la momia del difunto.


Los textos mal llamados de los muertos eran llamados por los sacerdotes Libros de la cámara oculta. Formaban parte de los libros atribuidos a Thot, dios de la sabiduría y de la escritura, las enseñanzas mágicas que permitían mantener viva la conexión entre el mundo terrestre y el celeste. Cuando un ser humano se hace uno con Maat, con la justicia, ya no trata de ser bueno y justo, ¡ahora lo es! A ese ser tan especial, sea hombre o mujer pues para la religión egipcia el sexo es algo irrelevante, se le llama « de palabra justa » o « justificado ». Ante los dioses de la Sala de la Verdad-Justicia ha realizado la confesión negativa y pasado el peso el corazón : “Yo no cometí malas acciones. Yo no actué con violencia. Yo no robé. Yo no maté a mis semejantes. Yo no me apoderé de lo que pertenecía a los dioses. Yo no mentí. Yo no difamé. Yo no pequé jamás por hablar demasiado. Yo jamás he dejado de ser casto en la soledad. Yo nunca ensucié las aguas… ¡Yo soy Puro, soy Puro, soy Puro!”.


Para Egipto la existencia terrestre de Faraón era solo un paso entre la luz de la que provenía y el paraíso en que era admitido como ser de « voz justa », según el egiptólogo y novelista Christian Jacq.
Faraón, representante de su pueblo, ha de seguir velando y ayudando a Egipto desde el más allá, igual que nos encontramos en el culto a los antepasados de la tradición china. La palabra Faraón significa gran templo. Las momias de los faraones eran para los antiguos egipcios como lo son los santos en el cristianismo : seres vivos que podían ayudar desde el otro lado de la vida.


Todo el proceso del retorno del alma a su madre celeste gira en torno a la osirificación. Osiris, dios de los muertos pero también de los « justificados » o iluminados, es el modelo que debe repetir el alma perdida en el mundo de las sombras, ya sean estas las de la muerte o las de la ignorancia. Al final de su viaje el alma-sol se identificará con Osiris : « ¡Ave, mi señor (Osiris), que atraviesas la eternidad, existiendo eternamente…! Hazme un sitio para mi entre los que te ven en Neterjert, …, entre aquellos que marcharon por millones y millones de años, alcanzando el descanso, llegando a puerto ».


Hay una estrecha relación entre la ampliación de conciencia y la muerte. El término Duat significa, en una de sus posibles acepciones, « creyente »… ¡y los creyentes son los vivos ! De ahí que podamos aventurarnos a afirmar que Duat hace referencia tanto a los muertos como a los vivos. Ambas, vida y muerte, son un viaje. También en estos textos hablan de dos Duat, siendo Osiris el Señor o rey de ambas. Recordemos sobre esto lo ya dicho anteriormente sobre la íntima relación entre lo celeste y lo terrestre, lo visible y lo invisible. « Así como es arriba es abajo. Y así como es abajo es arriba », reza una de las viejas enseñanzas atribuidas al dios Thot.


Cuando el cuerpo muere el alma lo abandona y busca a Nut, su madre y origen celeste. Cuando la conciencia está despierta busca la verdad y la justicia, valores celestes y universales. Dicen los textos: « Hathor, madre benévola, señora de occidente, que construyó la gran barca de Osiris para navegar por las aguas de la Verdad y la Justicia ».


En este viaje misterioso y apasionante el alma se identifica con el sol, Ra, que da luz y vida para todos los seres, sean amigos o enemigos. « ¡Oh Ra! ¡Hazme dulces y placenteros los Caminos recorridos por tus rayos solares! ¡Agranda para mi tus Senderos luminosos, el día en que empiece mi vuelo desde la Tierra hacia las Regiones Celestiales! ». Aquel cuyo corazón llega a ser tan puro como el sol, el « justificado », puede exclamar « ¡en verdad yo soy RA y RA es , por el contrario, yo! »
Este renacer espiritual se lo representa bajo la forma de un escarabajo, Jepri, siendo también el símbolo del alma inmortal que busca su destino inexorable. En el Libro de la salida del alma hacia la luz de Ra el alma se funde con el dios Osiris.


Hemos hablado de los que aspiran a ser “de voz justa”, pero ¿y para los ciudadanos normales? La religión egipcia enseñaba a respetar la justicia de Maat y colaborar con Faraón en la lucha de Horus contra Set. ¿Cómo? A través de ser bueno en lo que es nuestra responsabilidad, en hacer las cosas bien y no de cualquier manera, en huir de las chapuzas y buscar lo bien hecho. Hacer las cosas bien acercaba a la deidad porque esta ama las cosas bellas. Y porque lo bien hecho es una forma de acercarse a la eternidad: duran mucho más que las chapuzas y pueden ser utilizadas las cosas por las generaciones futuras.

Hoy, casi mil quinientos años después de haberse cerrado el último santuario vivo del viejo Egipto, conviene reflexionar sobre los valores que construyó ese mundo tan sorprendente que es el Egipto faraónico, Ta-Meri o La Tierra Amada como ellos le llamaban. Quizás podamos aprender algo que ellos ya sabían: la clave de todo está en el corazón del ser humano.

Javier Saura
Director de Nueva Acrópolis-Cádiz

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