Como sabemos, “no hay nada nuevo bajo el sol”. En todas las religiones hay elementos que se toman de las tradiciones religiosas de otros pueblos, ya sea por asimilación natural o por la necesidad de integrar en sí elementos vigen

Sabemos que la fecha en la que se celebra la Natividad de Jesucristo, el 25 de diciembre, ya se celebraba en el mundo romano como el día del Solis Invicti, y así lo asimiló el cristianismo pues Jesucristo asumió el papel de Sol de Justicia.

La milenaria tradición hindú nos cuenta que Agni nació de un padre carpintero, Visvakarmán, y de una madre virgen que le dio a luz en un pesebre, rodeado de una mula y un buey, símbolos que volvemos a encontrar en el mítico nacimiento de Jesús.

Mitra, que es la versión romana del antiguo Agni (de hecho Mitra tiene un origen oriental), era considerado el dios del Sol, capaz de vencer a las tinieblas, y como tal se celebraba el nacimiento de un nuevo sol invicto coincidiendo con el solsticio de invierno.

Pero, ¿dónde podemos encontrar algo parecido a la costumbre de “poner el belén”?

En el mundo agrícola romano, con el culto a los dioses lares, agri custodes, se celebraban las Compitalia, fiestas móviles generalmente en los primeros días de enero, en cualquier caso días después de las Saturnalia de diciembre. La institución de estas fiestas estaba atribuida al recensor Servio Tullio, aunque encontramos equivalentes en los libros védicos. Era como una vieja forma de censo, para la cual en cada casa se horneaban pastelillos y se colocaban las pilae (columnas) y las efigies (figuritas masculinas y femeninas) en la capilla de los Lares Compitales; el número de las pilae correspondía al de los esclavos, y el de las efigies al de los hombres libres.

Con la llegada del cristianismo, esta tradición se asoció de alguna manera a la fiesta de la Natividad de Jesús, añadiendo estas figuritas o imágenes que rememoraran su nacimiento, perdido poco a poco el sentido original.

Arte y tradición de veinte siglos

En la iglesia de Belén, en una pequeña capilla, todavía ennegrecida por un incendio, una estrella de metal marca el lugar exacto donde nació Jesús de Nazaret. Hace veinte siglos María dio a luz en un establo y recostó al niño en un pesebre o comedero (en latín praesepe significa cerrar con un seto o cerca).

Según nos cuenta la tradición, este pesebre fue destruido en el siglo II de la era cristiana por orden de Adriano. Quizás la reliquia fue sustituida por Constantino en copias de oro y plata. El material original de este pesebre era la arcilla, material que utilizaban los palestinos para fabricar recipientes apoyados en las tapias donde alimentaban al ganado, y es aún hoy el material más utilizado para modelar las figuritas del belén.

Desde el siglo II aparecen representaciones de la Virgen con el niño en pinturas que los cristianos realizaban en sus refugios. En la de las catacumbas de Santa Priscila en Roma, en la Vía Salaria, hay una misteriosa tercera figura, que no es San José ni un Rey; quizás se trate de un profeta. Los evangelios apócrifos añaden nuevos elementos que se convierten en tradición. La estrella de Mateo guía a los reyes de Oriente hacia Belén. En la Ascensión de Isaías las lavanderas se transformaron en comadronas que lavan la ropa después del nacimiento. El buey y el asno surgieron del protoevangelio de Santiago. La presencia de San José en el belén era esporádica y se impuso en el s. IV, tras novedades surgidas de los evangelios apócrifos.

Desde el S. VIII los nacimientos se representan con ropas de la época y pasan de las iglesias a las plazas. Con todo, este tipo de representaciones populares dieron lugar a una configuración plástica de la Natividad, que con figuras inmóviles se convertirían en el belén clásico.

El 24 de diciembre de 1223 fue una fecha clave. Desde hacía 16 años Inocencio III había prohibido todo tipo de representaciones. Francisco de Asís, que había llegado a Greccio, pidió a Honorio III una dispensa a la prohibición. Encontró en aquellos bosques una cueva para revivir el Nacimiento, y con la ayuda de Giovanni Vellita, poderoso potentado del lugar que le proporcionó paja, un pesebre y los animales, en esa noche y al toque de campanas, convocó a los habitantes del lugar. Cuenta la tradición que milagrosamente se vio cómo por unos instantes el Niño se materializaba entre sus brazos. Francisco de Asís murió dos años después. La función no se repitió, pero es legítimo pensar que pudo ser el punto de partida de un fenómeno extraordinario de difusión del culto a la Natividad. Los frailes franciscanos imitaron a su fundador en las iglesias de los conventos de Europa. Desde 1986, San Francisco es el patrón universal del belenismo.

La Natividad se convierte en el tema predilecto en la segunda mitad del s. XIII. Nicola Pisano realizó un relieve de mármol para el baptisterio de Pisa. Más fascinante aún es el relieve sobre la Natividad que se encuentra en la catedral de Pisa, realizado casi como un reto por Giovanni Pisano, hijo de Nicola.

En estas fechas el belén es todavía prisionero de la materia en que se inscribe: el mármol, el lienzo, una bóveda, una pared... En 1289 Arnolfo di Cambio dio autonomía a las figuras, liberándolas en profundidad. Arnolfo había trabajado en el taller de Nicola Pisano y había colaborado en Siena con Giovanni. Desarrolló la antigua lección en las estatuas de la Virgen, José y los Magos para la Basílica de Santa María la Mayor en Roma, junto a las reliquias de la cuna de Jesús. El de Arnolfo se considera el primer belén plástico, con figuras y detalles que tienen un valor autónomo en el conjunto de la escena.

En la simbología cristiana la cueva ensancha su espacio hasta representar el mundo entero. Es al mismo tiempo un oscuro recuerdo de la profundidad misteriosa de las tinieblas: el alma encuentra la luz cuando nace Jesús. En cambio, la cabaña, muy frágil, recuerda al hombre su precariedad, pero también la posibilidad de realizar, con un material ligero como la madera o la paja, un refugio resistente.

A finales del s. XV aparece por las distintas regiones italianas, alcanzando sus niveles más altos sobre todo en Nápoles, Génova y Sicilia. El belén en madera con figuras de tamaño natural se difunde ampliamente. Domenico Impicciati creó el primero de barro cocido. En Nápoles se tiene noticia de uno perdido con figuras desmontables, realizado en 1458 por Martino Simone de Jadena para la iglesia de San Agustín de la Zecca.

A partir del siglo XVII comienza a poblarse y a animarse apareciendo los pastores. Las figuras articuladas tenían dimensiones casi humanas, pero enseguida se redujo la altura para establecerse en torno a los setenta centímetros. Otra innovación extraordinaria fue la cascada de luz que a través de un ventanal iluminaba desde arriba al Niño.

Los escolapios inventaron una hermosa “perspectiva de lejos”. Se trataba del juego de las diferentes dimensiones de los pastores, los más grandes en primer plano y los más pequeños al fondo, apareciendo la sensación de lejanía en las figuras. El paso siguiente se dio en 1660 gracias a Michele Perrone. Las figuras conservaron la cabeza, las manos y los pies de madera, pero tenían en el tronco un sistema de alambres cubiertos de estopa que se podían doblar con facilidad. Podían inclinarse, arrodillarse y torcer el cuerpo, acentuándose de este modo el movimiento. Nace así la teatralidad del belén napolitano, enriquecido después por la tendencia natural a mezclar lo sacro y lo profano, a transportar a todas las artes el sentido de la vida colectiva que anima las plazuelas y los callejones, y a buscar escenarios por cualquier parte.

Hoy, después de la decadencia sufrida durante el siglo XIX, la producción ha vuelto a alcanzar niveles de record. Existen familias enteras de artesanos a los que les llegan encargos de diferentes lugares del mundo. Además, el belén napolitano continúa incorporando junto a las figuras centrales otras que vienen de otra historia, “de una leyenda todavía fresca o de la crónica contemporánea”.

En España fueron los franciscanos quienes dieron vida al belén, ayudados en esta tarea por las clarisas, aunque también se sostiene la tesis de la existencia de un Nacimiento catalán anterior al siglo XIV, pero no existen pruebas de ello.

En el siglo XVII experimentó un gran florecimiento con una fuerte mezcla de influencias y estilos.

En Andalucía se observa una fuerte influencia de la escuela italiana, pero filtrada y transformada por el talento autónomo de los artistas españoles. Nos encontramos con artistas de la talla de Juan Martínez Montañés y Francisco Pacheco, Alonso Cano, el sevillano Pedro Roldán y la hija de éste, Luisa, llamada la Roldana, que introduce en la corte de Carlos II la costumbre del belén. Sus obras están revestidas de una ternura muy femenina y demuestra un sagaz uso de los colores, sobre todo los rojos, azules, verdes y rosas transparentes.

Algunos artesanos han ido hasta la ciudad de Galilea para reproducir con realismo las colinas, los puentes, los pueblos, las chozas, las torres de Jerusalén y el palacio de Herodes. Montañas que parecen reales, riachuelos con sus cauces, cascadas, peces de colores que no tienen nada que envidiar a la realidad natural.

Las casas hoy se realizan con madera, corcho natural o sintético y otros materiales cubiertos con escayola, que una vez pintadas consiguen eliminar cualquier diferencia entre la realidad y la ficción.

La vegetación es otro elemento de vital importancia. Se imitan palmeras, pinos, plantas de todo tipo, y el mismo suelo se cubre con musgo y plantas naturales. También se pueden conseguir jardines y bosques naturales en miniatura.

El agua es también de suma importancia, y quizás sea la técnica más complicada y a la que hay que dedicar mayor tiempo.

Otro factor importante es la iluminación. Existen gran cantidad de aparatos capaces de crear efectos especiales increíbles. Con distintas fases de luz y colocando infinidad de pequeñas luces de distintos colores, conseguiremos recrear el día y la noche, el atardecer y el amanecer, y la luna en sus diferentes fases. El efecto del fuego se puede conseguir de muy diferentes maneras; la forma más sencilla es colocando pequeños cristales tras romper un vaso en trozos muy pequeños, colocar debajo un luz tintineante y ponerle encima ceniza y unos leños. Hay cazuelas que desprenden vapor de agua por un mecanismo que llevan en su interior, molinos cuyas aspas se mueven por el movimiento del agua. La lluvia, el relámpago y un sinfín de efectos especiales hoy se consiguen con un gran realismo.

Se utilizan telas de diferentes colores para la fabricación del celaje, cortinas y otros elementos fundamentales.

Y, sobre todo, no olvidemos que los elementos más importantes de un belén son las figuras. Son las que le dan vida y a la vez encanto. Podemos realizarlo de forma sencilla con las figuras básicas o bien incluir pastores, ángeles, los Reyes Magos de Oriente, pajes, animales de todas clases, utensilios varios como vasijas de barro, canastas de mimbre, alimentos, todo lo que podríamos encontrar en un pequeño pueblecito, sin perder de vista el momento histórico en el que intentamos situarnos. Otro detalle para no olvidar en las figuras es que deben ser de distintos tamaños, para dar efecto, dependiendo de la lejanía. Un belén con un montaje perfecto pero con unas figuras de baja calidad quedaría incompleto.

Un belén puede llegar a ser el deleite de pequeños y adultos, sobre todo para los niños, que con su poder de imaginación son capaces de abstraerse y recrear un mundo que puede llegar a ser real para ellos.

Es curioso experimentar cómo la gente es capaz de parar en su continuo caminar desenfrenado y vivir un momento de paz, de amor y de felicidad en el que todos nos sentimos mejores y más unidos por un solo vínculo.

Mariluz Macías

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