Esta tragedia de Esquilo acaba de ser representada en el 56 Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, 2010,

en una adaptación de Heiner Müller y dirección de Carme Portacelli, con Carme Elías en el papel de Prometeo.

Personalmente no me ha gustado dicha adaptación porque, respetando los textos, ha alterado el carácter de los personajes y ha introducido escenas inexistentes y absurdas, de una vulgaridad que se oponen al propio carácter “trágico” de la obra y la convierten en parodia.

Siguiendo lo que el escritor y filósofo Jorge Á. Livraga dice en su libro sobre la tragedia en el teatro griego, dicho término no se refería a algo doloroso y lleno de desgracia, sino a algo mucho más elevado, más en relación con las capacidades humanas: “Según Aristóteles, se da el nombre de trágico a lo que por medio del terror y la compasión purga los ánimos de estas y otras pasiones (…) El terror trágico se suscita al contemplar cómo la armonía cósmica que se refleja en un orden moral es perturbada por las pasiones humanas. La compasión trágica solo pueden inspirárnosla los personajes que obran impulsados por una idea noble y generosa; solo podemos experimentarla al contemplar la lucha entre las pasiones humanas (...) y las eternas leyes universales que deben refrenarlas, o al presenciar la desgracia o aniquilación del hombre físico en medio del triunfo de su dignidad moral.

(…) Para el hombre clásico la vida es esencialmente trágica (…) donde el individuo es parte viva y responsable de un Organismo Cósmico. Y este destino cósmico tiene mucho que ver con las enseñanzas morales” (El teatro mistérico en Grecia. I. LA TRAGEDIA. Jorge Á. Livraga. Editorial N.A., Madrid).
Prometeo ha sido representado por una actriz en vez de por un actor. ¡Pero la obra fue escrita por Esquilo para ser representada por un actor! ¿Estoy ante una postura “machista”? Cada cual piense lo que quiera, pero Prometeo es un titán, uno de los seres relacionados con las fuerzas creadoras del cosmos y, en cierta forma, “padre” de los humanos según la antigua tradición griega; y el autor escribió el papel para un hombre, para darle toda su potencia y fuerza “trágica”. Al ser representado por una actriz, pierde estas características de lo masculino, su grandiosidad, potencia y carácter paternal sobrehumano, para llenarse, inevitablemente, del carácter femenino de la actriz y volverse una “madraza”, llena de fuerza pero de fuerza “femenina”, receptiva, aglutinante, de fuerza yin como dirían los chinos. Y Prometeo es puro yang.

Y todo esto para reivindicar el derecho a ver las obras  clásicas tal como fueron pensadas, y no las versiones que, bajo la llamada de los clásicos, nos presentan unas historietas que a veces rayan en lo ridículo y soez. Esquilo es un gigante y como tal quiero verlo.

¿Y el arte? Prometeo insiste en que él dio todas las artes a los humanos. Para los antiguos griegos “arte” se refiere a toda actividad humana socialmente positiva que persigue el perfeccionamiento, siendo el arte supremo el alcanzar la sabiduría. “Pero un arte cualquiera, ¿tiene otro interés que su propia perfección?” (La República. Libro I. Platón). De aquí que arte no es simple actividad, sino con afán de perfeccionamiento: hay arte en todo, no solo en la realización de obras artísticas. El arte implica voluntad, inteligencia, perseverancia… ¡un método!
Siempre me ha fascinado el enigma de cómo aprendió la humanidad a dominar el fuego, forjar metales, fabricar vidrio, conocer los ciclos de las estaciones y seleccionar determinados vegetales para sembrarlos, construyendo graneros, casas, canales de riego, domesticando animales, desarrollar la medicina, la música con sus instrumentos y el baile, hablar, escribir, etc.

Yo no creo en el azar o casualidad en la formación de la vida y en la aplicación de las artes; personalmente me parece poco serio y muy, pero que muy simplista… y absurdo.

El mito de Prometeo plantea y da solución a uno de los grandes enigmas de la humanidad: el inicio del uso inteligente de la mente y el nacimiento de las artes. Según el mito griego hay una transmisión, una enseñanza de determinadas técnicas para trabajar con los elementos; de esa enseñanza surge un aprendizaje y un método para que este sea más efectivo.

Sin entrar a analizar la figura del titán, para lo cual recomiendo el libro de Jorge Á. Livraga antes mencionado, sí podemos hacernos una reflexión sobre el mito y la importancia de la enseñanza, la importancia de transmitir el arte de hacer bien las cosas, de pasar a las nuevas generaciones los valores que nos han permitido acercarnos los unos a los otros y desarrollar una sana convivencia: la importancia de la EDUCACIÓN.

Porque la educación persigue extraer lo mejor de uno mismo y es fundamental en el perfeccionamiento del ser humano, ese proyecto continuo de mejoramiento. Y quizás necesitemos ser como el titán y amar tanto a los humanos que busquemos el bien común por encima de nuestros intereses egoístas. Esquilo nos cuenta que Prometeo espera a que un mortal lo libere de sus cadenas; también cada uno de nosotros es un poco como Prometeo, un gigante encadenado por sus propias pequeñeces y egoísmos, esperando a autoliberarnos por nuestra parte más humana, más generosa, voluntariosa y solidaria, tal como indica Nelson Mandela al hablar del miedo (ver en esta página web): “Nuestro miedo más profundo no es que seamos inadecuados. Nuestro miedo más profundo es que somos poderosos más allá de cualquier medida. Es nuestra luz, no nuestro lado oscuro lo que más nos da miedo”.

Javier Saura

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